martes, 3 de marzo de 2015

CAPÍTULO NOVENO




Tranco 17.- Envidia e impotencia de las grandes potencias

Este Antoñico el Tronchaíyo, que durante su estancia en Parapanda hizo buena amistad con el maestro Calero, había venido en efecto de Turín, por más que era sardo de origen. Su intención inicial era estudiar a fondo la experiencia pionera del consejo de fábrica de la empresa de gaseosas La Perla, aunque aprovechó el tiempo también para desarrollar una tesis novedosa sobre la hegemonía. Tenía los ojos claros, el habla dulce y convincente, y una energía interna que hacía olvidar su físico escuchimizado. Su apellido era del todo impronunciable para el parapandés medio, que tiene la sana costumbre de comerse dos o tres consonantes de cada palabra. De ahí que se le conociera como Antoñico El Tronchaíyo.

Nada parecía enturbiar lo que el historiador Carlos Malayo calificó más adelante la «gran lección histórica de la revolución parapandesa». Empero, las potencias mundiales estaban al acecho para armar el follaero en la ciudad cuatriarcada. Todo intento de soborno para armar jarana contra la Sinarquía acababa con el desprecio más rotundo: «Look the finger», era la respuesta. El dedo a modo de peineta iba acompañado de un gargajo en plena cara del sobornador. Hasta que el gordo de sir Winston, hartico de ginebra a todas horas, ideó lo que él llamó «a por todas».  O sea, asesinar al obispo Balbino y echarle la culpa a los primeros espadas de la ciudad. A tal efecto fue reclutado por los servicios secretos de Su Majestad un tal Sparafucile, un borrachuzo empedernido que se hacía pasar por borgoñón, para ser el brazo ejecutor. El objetivo del gordo Winston era provocar la desestabilización política y la retirada de las inversiones financieras.  Pero el pastel se descubrió.

Un espía doble de los servicios secretos de Albión y de don Aureliano Buendía dio el cante al coronel. El de Macondo, raudo como una centella, escribió a la manijería este telegrama:

«Compadre Frasquito: gordo Winston prepara atentado contra obispo Balbino. Stop. Ejecutor será un tal Sparafucile. Stop. El asesinato previsto día Corpus Christi. Catedral Parapanda. Estás avisado, carajo. Te mando retrato del tal Sparafucile. Aut Parapanda aut nihil. Aureliano.»

Dice el refrán que es de bien nacidos ser agradecidos: en agradecimiento por la información la Sinarquía le hizo un regalo al de Macondo. En la justificación de gastos se dejó anotado que se le mandó un lote de chacinas diversas, una caja de tagarninas de los mejores chambaos parapandeses y dos docenas de piononicos.   

El telegrama de Buendía había puesto en alerta a toda Parapanda. No era para menos; el llamado Sparafucile se parecía como un cagarro a una boñiga al ex teniente, teniente coronel, teniente coronel de la Guardia Civil Benito Muselina, alias Tito Jediondo, prófugo de la Sinarquía desde la fecha misma de la revolución fallida. Las fuerzas vivas se pusieron en movimiento. Había que investigar a todos los forasteros, y cada ciudadano de no importa qué sexo, condición y edad se convirtieron en huelebraguetas empeñados en dar con el paradero del falso borgoñón. Conchica la Retotoyúa dio con él. En el fondo de la pedanía de los Nueve Barrios, un poblamiento del término municipal parapandés vecino al río Dílar y habitado mayoritariamente por trabajadores inmigrados, tenía un mesoncillo la señá Virtudes, por mal nombre la Echá del Coño. Junto a ella que, dada la condición que se le adivina por el mote, tenía pocos remilgos en aventuras de camastrón, había encontrado refugio y acomodo el Jediondo.

La Retotoyúa dio parte de la novedad a la Maruja, una aguerrida dirigente vecinal que estaba ese día de manijera de retén,  y entre las dos decidieron que la víspera de la festividad sacra algunos vecinos invitaran al truhán y a la percanta a unas cuantas rondas de peleón (tampoco era cosa de malgastar vinos finos con semejante paisanaje) y aprovecharan la modorra de ambos para cambiar la munición del sicario por balas de fogueo; que la Mitra oficiaría como si nada, aunque tras las vestimentas obispales iría un chaleco protector de la marca Detente bala. Yo estaba al tanto de todo ello porque me tocaba, durante el Corpus, ser el Manijero de Guardia.

La puesta en escena quedaba así preparada, pero sobre ese cañamazo primario Frasquito Puerto discurrió lo que se ha dado en llamar il bel inganno di Parapanda.  Lo explicaremos con pelos y señales porque es una obra maestra de habilidad de maniobra geopolítica en circunstancias de correlación de fuerzas adversa. Conviene, sin embargo, antes de explicarlo todo por sus pasos, dar algunas puntadas previas sobre el trasfondo internacional, para poner de manifiesto cuál era el puchero que bullía en aquella circunstancia al fuego vivo de la coyuntura y qué habichuelas había dentro del mentado puchero.  

Tranco 18.- El contubernio del Gordo Winston con el Putón Pétain

Todo el “plan Balbino” fue obra personal del agente Smiley, la estrella en ascenso del Servicio secreto británico, pero la primera inspiración le vino al gordo Winston por otro lado. En el curso de una revista de tropas en Versalles, en los días de festejos que siguieron a la firma del tratado de paz, un ceñudo Philippe Pétain se acercó –con dos cajas de calvados en ristre-- a estrechar la mano del entonces secretario británico de la Guerra. El Gordo estaba radiante:

– Se acabo la pesadilla, ¿eh? ¡Córcholis, por Júpiter, vaya si se acabó!

El Putón Pétain alzó un centímetro la ceja izquierda.

– Me sorprende usted, mi querido W. S. Alguien me había dicho que tenían ustedes problemas de cierto calado con las trade unions – dejó caer, al desgaire.
– ¿Eh? ¡Ah sí, las trade unions! ¡Por Júpiter, ya lo creo que tenemos problemas, malditos hijos de perra!

El Putón bajó la mirada al suelo, apartó con la punta de la bota una piedrecilla imperceptible y dijo en tono desenfadado:

– Algo habrá que hacer en algún momento con Parapanda, ¿no le parece?
          ¡Oh, ah, sí, por Júpiter! – exclamó el secretario de la Guerra. Maldita sea, llevaba un frasco de ginebra mediado en el bolsillo trasero del pantalón del uniforme, pero no podía sacarlo y echar un trago en mitad de una ceremonia pública.

Parapanda era, desde luego, en aquellos momentos el faro del proletariado mundial. Frasquito Puerto se carteaba con la dirección de las unions más combativas, y les daba sin el menor rebozo consignas y consejos gratuitos. La lucha social se había endurecido. Metías un día a veintitantos dirigentes sindicales en la trena, y al día siguiente tenías a varios cientos nuevos de trinca y dispuestos a meterte el dedo en el ojo (look the finger) al menor descuido.

El Gordo W.S. olvidó el asunto durante algunos años, enfrascado en los asuntos de las colonias, pero cuando tomó posesión como canciller del Exchequer se acordó de aquella conversación lejana. Convocó a Smiley y le explicó el asunto. Dos días después, Smiley le entregó un dossier confidencial. Ahí estaba todo: el día de Corpus, el obispo Balbino, el atentado en la catedral, la conmoción mundial, el esto no va a quedar así, el recuerdo del mártir (habría apariciones como en Fátima y una consigna repetida millones de veces por los medios de todo el mundo: «Para que Parapanda se convierta»). Luego, los tanques formando una tenaza envolvente desde Gibraltar y desde las bases de retaguardia portuguesas en Tras-Os-Montes, la aniquilación de la sinarquía hasta no dejar piedra sobre piedra, y las listas completas de los dirigentes que habían de ser represaliados.

– ¿Represaliados, Smiley? ¡Por Júpiter! ¿Qué quiere decir con eso de represaliados, no puede ser más claro?
– Quiero decir exactamente lo que está pensando vuecencia, milord.
– Ah, bien. Habrá que avisar a Primo, ¿no? Y al rey Alfonso…, no me acuerdo del número exacto de serie.
– Trece, milord. Puede dejar la cuestión en mis manos con toda confianza.
– Bien, Smiley, bien, así lo espero. Una última cuestión, ¿qué está haciendo ahora el bueno de Pétain?
– Combatiendo a Abd el-Krim en el Rif, milord.
– Perfecto. Concierte una entrevista discreta, de tú a tú. Two for tea, ¿me entiende? ¿En Gibraltar, tal vez?

La entrevista tuvo lugar. Se anudaron flecos sueltos, se apuró la concreción del plan. Los dos estadistas acordaron además poner en antecedentes a las dos potencias capitalistas emergentes, Estados Unidos y Rusia.

Kerensky estaba ocupado exterminando mujiks y trasladando campesinos a los Urales para hacerles trabajar forzados en la industria pesada. Contestó con un telegrama escueto: «Sea.» Coolidge fue más duro de pelar. Se negó a entrar en la combina y amenazó con tirar de la manta y dejar con el culo al aire a la “casta”, como llamaba él a todo el estamento político europeo. Pero Smiley tenía recursos. Puso otro dossier sobre el escritorio del canciller, y éste obtuvo comunicación telefónica con la Casa Blanca por la línea privada.

– Calvin, macho, las cartas sobre la mesa. A ti te ha salido un grano en el culo en Macondo, y a nosotros otro en Parapanda. ¿Qué me dirías de una operación quirúrgica que los extirpara a los dos de cuajo y de forma indolora? Fin de la historia, se acabaron las huelgas, los conflictos y las guerrillas. Todos a comer de la mano de tu compañía bananera. ¿Hace?
– Esa parte me interesa – contestó Coolidge, cauteloso – Pero ¿qué salgo ganando yo en el asunto de Parapanda?
W.S. buscó un punto determinado en la página 3 del dossier de Smiley.
– En Parapanda vive y trabaja un maestro confitero llamado Ferino Isla. Puede que os interese en ese lado del charco la fórmula secreta de unos pastelillos llamados «piusnine».
– Joder, ¿lo dices de veras?
– Por Júpiter, tan serio como los Evangelios.

        Puedes contar conmigo, Gordo.

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