viernes, 6 de marzo de 2015

CAPÍTULO SÉPTIMO





Tranco 13.- Apoteosis parapandesa del coronel Aureliano

Pero es forzoso regresar a aquella mañana de setiembre en Parapanda, para completar hilos que han quedado sueltos en este verídico relato. Estando el Chusmito y yo en el trance de enviar los famosos telegramas, se acercó el jefe de Correos con una carta.

– ¿No vas tú luego para donde la Legión Colombiana, Cucurumbillo? – me abordó. Pues es que tengo aquí una carta para el coronel Buendía.
          Imposible – dije yo –. El coronel no tiene quien le escriba.

          Pues las señas están claras. “Señor Coronel Don Aureliano Buendía. Alrededor del Mundo s/n.” La carta viene reexpedida desde Vladivostok, Irkutsk, Tomsk, Nijni Nóvgorod, Bucarest, Kosovo, Missolonghi, Brindisi, Sorrento y Puerto de Mazarrón. Así que tú verás.


Llevé la carta al coronel. Era de su compadre Gerineldo Márquez y le decía que sus leales lo esperaban con urgencia en el puerto de Cartagena de Indias para marchar militarmente a Macondo y derrocar el aborrecible régimen tiránico allí instalado, llamado el Joíoporculo.

– Hemos de partir de inmediato – dijo Buendía, hombre siempre de decisiones rápidas.
– ¿Me permitirá acompañarle, mi coronel?
– Por supuesto, Cucurumbillo. Qué iba a hacer yo sin usted.

Pero el sargento furriel veía las cosas de otra manera. No podía incluir en los estadillos de la Legión a un número que no había sentado plaza según se desprendía de la ausencia de toda mención de su nombre en las sucesivas órdenes del día. Eso habría sido contrario a la esencia de todas las ordenanzas militares desde que el mundo era mundo.

– ¿Y si me incluyen ahora y se anuncia en la orden del día de mañana? – pregunté, asido a una última esperanza. El coronel meneó gravemente la cabeza.
– Mañana hemos de estar ya surcando el océano. Lo siento.

La Legión se despidió de Parapanda con un desfile por la Alameda, al son de doce de las bandas de música locales. Las muchachas parapandesas arrojaban claveles al paso de los héroes; los sindicatos formaron un servicio de orden a ambos lados de la calzada, con banderas y pancartas desplegadas. Paquiro Mairena, el banderillero de Machaquito, desfiló montado en el dromedario Remaique (forma parapandesa de la voz inglesa remake), una vieja amistad que se trajo consigo al regreso de las vicisitudes bélicas corridas por los dos en el Oriente Medio a las órdenes de Lawrence de Arabia y en la tórrida compañía de una Mata Hari aún adolescente e ingenua. Los Gordos y buena parte de los Medianos se refugiaron en el Casino temblorosos de premonición.
Yo estuve entre el gentío que aplaudía, al lado de Chusmito; estrené de ese modo el regreso a mi anterior vida de paisano. Me perdí la revolución de Macondo pero, como ya he puesto en antecedentes al lector, asistí en primera fila a la de Parapanda. Que no fue moco de pavo.

Tranco 14.- La irresistible ascensión de Frasquito Puerto

«En primera fila», he dicho y, ahora, repito. Con una sensación tan agridulce en la boca como cuando te comes un caqui, de esos de la Huerta de los Arcadios. Nosotros, el Partido Jambrío de Parapanda (PJP), nosotros, los dirigentes sindicales del unitario, llevábamos años y paños en el cotarro. Y de golpe y porrazo sale aquel Frasquito Puerto y, al trote cochinero, se lleva toda la parroquia como el viejo flautista de Hamelín.  Hasta el mismísimo Juanico Cagadudas (que otros llamaban Juanico Tertiumnondatur), ambiguo exponente del bajo jambriado, nos dejó tirados en la cuneta. Sí, el mismo Juanico, que había dejado escrito en el boletín La duda no ofende una declaración de intenciones que sonó a despedida de “los de siempre” y abrazo de los nuevos jamancios: «Ay, qué trabajo me cuesta / estar de acuerdo conmigo. / Por eso me da vueltas la tibia, / el peroné y el colodrillo.

¿Qué sucedió, intrépido lector? Nos remitimos al análisis pormenorizado –una tesis de doctorado objetivamente imparcial--  del profesor Javier Tíber donde expone, con prosa de regadío, el éxito de aquella, son sus palabras, «nueva insurgencia de los estamentos sociales de Parapanda». En dicha tesis se mencionan como «rupturas epistemológicas»: el simbolismo mediático del ya famoso Look the finger; la recuperación del grito “Aut Parapanda aut nihil”; la resolución de que el Himno nacional fuera Los campanilleros por la madrugá; la bandera, do –junto a los colores tabaco y oro--  brillaba la raiz cuadrada de menos uno. Dos fueron, empero, las novedades que nos hicieron apoyar a Frasquito Puerto: la declaración constitucional que definía Parapanda como una sinarquía y la creación de una comisión de trabajo que investigara de qué manera transformar la conjetura de la contigüidad del cosmos en certeza matemática, que en tiempos de la Jedionda yo había despreciado.  No ocultaremos, ¡faltaría más!, que sobre todo fue el discurso que, en petit comité, nos dio un jovencito, Bruno Trentin, decisivo para que Chusmito y un servidor de ustedes apoyáramos a Frasquito: «Lo de ustedes era, ¿cómo decirlo?, gabinas de cochero y, de forma más rotunda, pollas en vinagre. Sepan que Palmiro, nada menos que Palmiro, que de manera humilde se hace llamar Ercoli, apoya (y ha financiado) a Frasquito». Chusmito se puso firme, dio un taconazo a la castrense y exclamó: «Compañeros, Roma locuta causa finita». Y –viniendo o no a cuento--  se arrancó por petacos, un cante de origen sacromontano:

Yo puse una librería,
con los libros mu baratos,
con un letrero que dice:
Aquí se baila el petaco,   
¡viva de Palmiro el sobaco! 

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